Decenas de científicos en todo el mundo han participado en una carrera contra el tiempo para desarrollar una prueba diagnóstica rápida y fiable que sirva para detectar el nuevo coronavirus. Un relato apasionante de cooperación pública internacional que recoge la revista especializada en biotecnología Nature Biotechnology.
Un análisis certero es clave para que no pasen inadvertidos nuevos casos. De hecho, la ausencia de pruebas o errores de diagnóstico han podido contribuir a la expansión del virus, como ha ocurrido en Italia. En Sevilla, el cambio en los criterios de detección ha revelado el primer caso de supuesto contagio local.
Aunque todavía falten herramientes certeras para detectarlo, el progreso ha sido impresionante en unas pocas semanas. Mucho más rápido que lo ocurrido con el brote de SARS de 2002-2003, cuando se tardó meses en desarrollar pruebas para identificar aquel coronavirus.
En enero, tres grupos chinos de investigación se pusieron a trabajar sin descanso después de que se hubiera detectado un número inexplicable de casos de neumonía en personas vinculadas a un mercado de animales de Wuhan (China). Su objetivo: descifrar el genoma de un virus desconocido hasta la fecha.
A partir estas secuencias del genoma, varios grupos internacionales han diseñado tests de reacción en cadena de la polimerasa (PCR en sus siglas en ingles).
El 23 de enero, el Instituto de Virología del hospital universitario Charité de Berlín publicó detalles de su test. La Organización Mundial de la salud (OMS) lo tomó como base para fabricar 250.000 kits de urgencia que envió a 159 laboratorios en todo el mundo.
Entre tanto, otro grupo de la Universidad de Hong Kong desarrollaron dos tests a partir de la secuencia genómica publicada en GenBank.
En ambos casos se trata de un análisis de amplio espectro. Sirven para identificar múltiples virus del subgénero al que pertenece el nuevo coronavirus. Como no hay otros virus de este tipo circulando ahora en humanos, un positivo con este test se considera una confirmación del Covid-19.
El 4 de febrero, los centros para el control de enfermedades (CDC) de Estados Unidos enviaron sus propios tests de PCR a los 50 estados y a otros 30 lugares del resto del mundo.
Pero estas pruebas de PCR no son del todo fiables. Hay factores que pueden afectar el resultado y dar falsos negativos. Por ejemplo, parece que el momento en que se realiza el test puede ser crucial. Aún hay mucha incertidumbre en torno al Covid-19. Un estudio reciente en Wuhan apunta a que una prueba con fluido nasofaríngeo es más fiable que la realizada a partir de esputo.
Estos primeros tests han servido para ganar tiempo, como herramienta temprana de diagnóstico, mientras se desarrollaban productos comerciales a gran escala.
En China, el grupo BGI de Shenzhen empezó a producir kits de análisis más avanzados. A finales de enero, ya había distribuido 50.000 por toda China. El 5 de febrero abrió un laboratorio en Wuhan con capacidad para procesar 10.000 muestras al día.
Otros laboratorios comerciales, como Altona Diagnosticts de Hamburgo (Alemania) van más lentos porque no se fían del todo de los datos que se publicaron inicialmente. IDbyDNA está desarrollando otro tipo de pruebas distintas a los PCR. A esta carrera comercial se han sumado, entre otros, las alemanas TIB Molbiol de Alemania, que ya ha enviado 20.000 kits a más de 70 países, y Qiagen, con un test prototipo que está evaluando en China y Europa.
A nadie se le escapa el beneficio potencial de estos nuevos productos ante un brote que ha desatado una histeria global. La francesa Novacyt lanzó su kit de diagnóstico el 17 de febrero. En los últimos días sus acciones se han revalorizado un 1.000 %. Si esto ocurre con la prueba diagnóstica, mucho más intensa será la competición por desarrollar una vacuna. Pero esa es otra carrera y otra historia.