Cierra IFEMA: éstos son los héroes del símbolo de la lucha contra el coronavirus

Cinco profesionales que han trabajado desde el primer día en IFEMA cuentan su experiencia
Este 1 de mayo cierra el hospital improvisado, aunque se mantendrán las canalizaciones por si fuera necesario reabrirlo
En 40 días se ha atendido a casi 4.000 pacientes, 3750 fueron dados de alta y murieron 16
Un palacio de congresos convertido en hospital, el más grande de España: 1.300 camas, 96 puestos de cuidados intensivos y un espacio de 35.000 metros cuadrados. Un mes y diez días después de inaugurarse –en cuatro días se dotó de canalizaciones y se acondicionó como centro sanitario un espacio diáfano- cierra IFEMA. Un símbolo de la lucha contra el coronavirus que ayudó a evitar el colapso total de la sanidad madrileña.
Las cifras de personas atendidas en 40 días son exorbitantes:
- 3811 pacientes ingresados
- 3750 altas
- 16 fallecidos
Los profesionales se han volcado. Han trabajado allí:
- 1250 trabajadores sanitarios:
- 390 médicos
- 450 enfermeras
- 450 auxiliares de enfermería
- 200 celadores
- más de 1.000 trabajadores no sanitarios
Y a eso hay que sumar los voluntarios que, al salir de sus trabajos, se iban a echar una mano. Uno de ellos es Jorge, pediatra, con tres hijos, que al dejar el hospital Niño Jesús de Madrid se iba a IFEMA. Él es uno de los héroes de IFEMA. En NIUS presentamos a algunos.

Cuando la Comunidad de Madrid pidió profesionales voluntarios para IFEMA, Jorge Martínez fue de los primeros en presentarse. Es pediatra especialista en aparato digestivo en el hospital Niño Jesús de Madrid, uno de los que se reservó en la región para atender a niños que ya no se atendían en otros hospitales. Y trabajar en IFEMA fue su forma de sentirse útil: “Hasta la tercera semana de marzo yo me sentía que estaba infrautilizado. Mis compañeros me contaban que tenían triplicadas su número de camas en urgencias, que hacían guardias cada día y medio. Yo sentía que estábamos demasiado relajados para lo que estaban pasando en hospitales de adultos”.
“Al principio tenía miedo, la verdad, de lo que me podía encontrar. No solamente por contagiarme sino por los pacientes, cómo iba a tratarlos, por si no sabía… Pero los primeros días ese miedo se tornó en tranquilidad por el compañerismo que hemos tenido allí”, destaca con mucho entusiasmo.
Compañerismo
Con médicos de muchas especialidades y experiencias diferentes, destaca que sin ayudarse unos a otros no habría sido posible que un recinto para celebrar ferias se convirtiera en un hospital de verdad. “En cuanto levantaba uno la mano teníamos la ayuda de todos los demás”, cuenta. Todos estaban para todo, añade: “no dejábamos de hacer un trabajo por no ser nuestra labor, ya fuera coger una vía o hacer una cama”.
El pediatra llora de emoción, tanto que apenas puede hablar, durante la entrevista: “Ha merecido la pena. Si me pidieran volver, volvería”
Jorge llora, y mucho, cuando habla de lo que ha supuesto para él trabajar en IFEMA este mes y diez días. Apenas puede hablar, pide perdón, y quiere dejar claro que ver a tantos profesionales unidos le ha hecho sentirse más orgulloso aún de su profesión. “Si tuviera que resumir diría que es una experiencia que me ha marcado para siempre para bien. Me despertaba a las 6,35 y no me sentía cansado, para nada. Y salía de casa con una sonrisa y volvía con una sonrisa. Ha merecido la pena. Si desgraciadamente hay que reabrir IFEMA, volveré sin dudarlo”, concluye.
Buena proporción pacientes-sanitarios
Lo mejor para este pediatra ha sido poder darles ‘calor’ a los pacientes. Cuenta que se ponía “en su lugar, siendo atendidos por sanitarios que iban con un traje poco menos que de astronauta, que muchos les tocábamos hasta con miedo… Y sólo con darles la mano y preguntarles “qué tal te encuentras” se sentían muy agradecidos. Eso ha sido lo mejor, la humanización que hemos podido llevar a cabo por estar muy bien dimensionado el número de pacientes por profesional”.
Jorge iba por las mañanas a IFEMA y por la tarde seguía con sus pequeños pacientes de gastropediatría. Y confiesa que solamente ha sufrido por su familia: “mi hija pequeña, de 12 años, me pedía que lo dejara. Yo me desnudaba nada más llegar, lavaba la ropa, me duchaba y ya les daba besos y abrazos”; relata. Jorge ha dado negativo en todas las pruebas de coronavirus, y termina la entrevista pidiendo que se reconozca “el enorme esfuerzo que se ha hecho”.

Verónica Real, enfermera curtida en las emergencias en la calle, recuerda el día que la llamaron para trasladarla a IFEMA: “eran las 20h, terminaba mi guardia y me preguntó mi director gerente si quería irme a coordinar la enfermería a IFEMA”. Reconoce que las primeras horas se sintió desanimada. “Entramos y aquello era nada más que un pabellón con suelo de hormigón, sin nada, y en 24 horas empezaban a llegar los pacientes”, dice. Se agobió. No pensaba que hacer un hospital allí fuera posible.
“Había que darle una oportunidad a esos pacientes que ya no cabían en los hospitales. Había gente que necesitaba ingresar, un respirador, una atención hospitalaria… y no tenía posibilidades sin IFEMA”, dice Verónica, enfermera
Pero cuenta que se repuso pensando en los pacientes: era una emergencia. “Es un estado de guerra. Había que darle una oportunidad a esos pacientes que ya no cabían en los hospitales. Había gente que necesitaba ingresar, un respirador, una atención hospitalaria… y no tenía posibilidades sin IFEMA. Hubo que echar una mano y la echamos con lo que se pudo", dice contundente.
Ingenio y solidaridad
Para Verónica “el momento más duro fue cuando llegó la gente: teníamos poca información y al ver una nave de este calibre y frialdad pensarían en lo peor… pero poco a poco y de la manera más ingeniosa se les fue haciendo lo más cálido posible. Todos hemos remado juntos por el cuidado de los pacientes”.
Un ingenio que utilizaron, por ejemplo, cuando descubrieron que no tenía suficientes palos para sujetar los sueros de los pacientes. Así que decidieron “poner palos de fregona en las camas con cinta aislante para poder sujetarlos. Estamos acostumbrados a unos medios que aquí faltaban, nunca pensamos vernos en una situación así. Luego donaron unos percheros y ya parecía un palo de gotero normal”.
Verónica, enfermera: "Pusimos palos de fregona para sujetar los sueros. Hemos tirado de ingenio, nunca pensamos vernos en el primer mundo así”
Verónica termina este viernes su trabajo en Ifema y se incorporará a su puesto de enfermera del SUMMA: “vacaciones no, seguiré trabajando”, zanja.

Tras 40 días de trabajo ininterrumpido Antonio Zapatero, médico internista, director médico del hospital de Fuenlabrada y del de IFEMA, y presidente de la Sociedad Española de Medicina Interna, tampoco piensa cogerse vacaciones. Dice que saldrá a correr y el lunes volverá a su hospital. Le preguntamos si está cansado… y duda. Porque lleva todos esos 40 días sin descansar uno sólo, “pero no me doy cuenta del cansancio, esto te pone las pilas. Nos iremos con la satisfacción del deber cumplido. Sí, a tu pregunta hay que responder que sí, estamos cansados, pero merece la pena”.
“Lo que nos pidieron lo hemos hecho”, dice el director médico de IFEMA
Para Zapatero el éxito de IFEMA no es solamente la logística, que levantó un hospital de la nada en apenas cuatro días, sino el tratamiento que han recibido los pacientes. Con una tasa de profesionales por paciente más elevada que en todos los hospitales de Madrid, el trato ha sido muy cercano. A lo que contribuía la propia arquitectura del hospital. Porque los pacientes no estaban en habitaciones, sino separados por mamparas como las de las oficinas. Una falta de intimidad que en una situación de emergencia como ésta ha redundado en beneficio para los pacientes. Zapatero explica que en un hospital convencional “estás tu solo en la habitación o con otra persona, no puedes salir a caminar…Aquí caminaban, hablaban entre ellos, se daban ánimos, iban a la biblioteca que montaron los sanitarios con libros donados… “
Cuando hablamos, a Zapatero le quedan seis pacientes en IFEMA que se habrán ido a sus casas cuando este reportaje se publique. Aunque muchos no quieren, y eso es lo que dice Zapatero que recordará siempre, “tantos pacientes que nos han dicho: “No me quiero ir, aquí estoy mejor que en ningún sitio”. Es una satisfacción”.

El médico de familia Jesús Vázquez se emociona al pensar en este mes y diez días que ha pasado en IFEMA, donde ha visto “tanta, tanta gente… no solamente pacientes sino trabajadores de todo tipo”, dice.
Tuvo la misma sensación que muchos otros cuando llegó el día 21: que no iba a ser posible. Describe “la sensación de ver el pabellón 5, que era desolador porque no había nada, un suelo de hormigón. Y solamente en 18 horas ya estaba todo montado con sus balas de oxígeno. Fue impresionante”.
IFEMA llegó a tener 1.250 camas ocupadas a la vez. De su especialidad, atención primaria, había 1.153 profesionales trabajando a la vez. Sobre ellos ha recaído la mayor parte del peso de este improvisado y enorme hospital. “Me he sentido muy orgulloso de mi gente”, no puede contener la emoción Vázquez.
Sobre los profesionales de atención primaria, los de de los centros de salud, ha recaído el 90% del trabajo de IFEMA
Así que cuando se anunció el cierre de IFEMA tuvo una sensación agridulce. Por una parte sintió “alegría por haber cumplido nuestra labor de servicio, y por otra pena por despedirme de esta familia que hemos creado aquí. Personas de diferentes tribus que hemos vivido juntas algo muy intenso”, se emociona.
En IFEMA se ha visto trabajar a militares, bomberos, policías municipales, administrativos, sanitarios, cocineros… “Por eso te da mucha pena que se cierre”, dice, “por la experiencia profesional irrepetible que es”. Una experiencia, dice “muy dura, pero de las más bonitas de mi carrera”.

“Nos llevamos todos buen sabor de boca”, resume Cristina Fernández, psicóloga, el sentir de todos los entrevistados para este reportaje. Ellos, los psicólogos, han atendido no solamente a los pacientes sino a todos los profesionales que han tenido que gestionar miedo, incertidumbre y un trabajo muy intenso. “Han estado muy implicados y entregados 100% y venían a solicitar cómo gestionar el agotamiento, los miedos”.
Un miedo que ella asegura no haber sentido, porque pensaba que si se tenía que contagiar lo pasaría, confiando en los cuidados que iban a darle sus compañeros sanitarios. Cristina explica que se siente bien, y que sobre todo está contenta, “porque ya no somos necesarios”.
Faltan muchos profesionales en este reportaje. Porque sería muy extenso reflejar a todos. A los farmacéuticos, que en una cafetería montaron en pocas horas una farmacia hospitalaria. A las empresas que donaron comida, que instalaron sus food-trucks en lo que los trabajadores llamaron la plaza y que se convirtió en pocos días en el espacio de esparcimiento y desahogo para tantos miles. O las entidades que donaron gel, champú, cepillos de dientes para los pacientes, que llegaban con lo puesto y sin la posibilidad de que sus familiares les llevaran nada. Miles y miles de personas trabajando en un hito histórico: el mayor hospital de España que se creó en menos de cuatro días. Un símbolo de la lucha contra el coronavirus que cierra sus puertas, aunque mantendrán las canalizaciones por si hay que reabrirlo. Ojalá no sea necesario.