Diario de confinamiento. Día 32

Me indigna que haya personas capaces de "invitar" a su vecino sanitario, empleado de súper, de limpieza...a irse de su casa para sentirse ellos a salvo
He empezado la mañana leyendo un hilo en twitter. Me lo hacía llegar un compañero. Es de un amigo común. Un neurólogo, convertido desde hace semanas en héroe, en víctima, en superviviente. Un médico más que lucha contra el coronavirus. Despedía a un antiguo paciente al que no veía desde hacía unos años y con el que se había reencontrado esta semana. Para verle morir. No ha querido que su marcha fuera una más. La enésima en este brote, en la soledad de una UCI. Más aún cuando ese hombre de “sesenta y,,,”, (así lo describía) se había sentido ignorado por muchos otros médicos que, hace años, no dieron con la cura a su dolencia.
Hoy ya no ha podido sentirlo pero lejos de ser ignorado ha sido querido. Y en las palabras de despedida de este médico que en su día “le regaló unos años de vida sin dolor” van todas esas otras despedidas que no llegaron, todo ese cariño dado y, también, toda esa rabia e impotencia que los sanitarios viven, sienten y se llevan cada día a su casa por haber visto marchar a tantas personas.
Por eso, por esa humanidad, por ese cariño, por esa lucha y esa entrega que tantos profesionales (de la sanidad y de otros sectores) están demostrando me indigna que haya personas, vecinos, que dejen mensajes en portales, ascensores, puertas o coches, en los que invitan a algunos de esos “héroes” de esta pandemia a marcharse de su propia casa. Para sentirse a salvo.
A las ocho salimos a aplaudir. Pienso en mi amigo, y en su paciente. Y en todos esos que llevados por el miedo, la ignorancia o el egoísmo amenazan. Y estoy segura de que muchos de ellos estarán aplaudiendo también a esta hora. ¡Qué loco todo! Por suerte, mañana, quedará un día menos.