Diario de confinamiento. Día 39

A veces me imagino al coronavirus como si fuera un 'gamer' imbatible que no logra que nadie borre esa sonrisa eterna de su cara porque es el mejor
Leo y leo artículos sobre estudios del coronavirus. Y cuanto más lo hago más claro tengo que se está riendo de nosotros. Me lo imagino en su casa, como si fuera un 'gamer', con sus auriculares, su sillón y su mando en la mano. Jugando una partida en su ordenador lleno de luces y narrándola en directo, pero sin desvelar sus trucos para seguir siendo el mejor.
Lo hace cada día, desde hace meses y cada vez tiene más seguidores. Se cuentan por millones. Todo el mundo hablña de él. Nunca habría imaginado tener fama mundial. Pero nadie le admira. Sólo le siguen para estudiar sus partidas, encontrar su punto débil y poder acabar con él. Pero es bueno, muy bueno.
Me lo imagino 'campeando' toda la partida para matar a sus rivales. Y camuflándose y mutando cuando están a punto de pillarle. No pueden con él. Es el puto amo. Así se siente cada día cuando termina de jugar, y deja sus auriculares sobre la mesa, satisfecho de haberse cobrado miles de víctimas.
Pero sus seguidores le siguen observando. Incansables. Y en un foro paralelo ponen en común lo que han observado. Los que pueden ser sus puntos débiles. Y le intentan hacer frente. Prueba-error. Pero les lleva mucha ventaja y encuentra la forma de librarles. Y lo que han descubierto, ya no vale. Pero hay muchos ojos pendientes de él y cometerá algún fallo y acabarán fulminándole. Y ese día tirará los auriculares sobre la mesa sabiendo que se acabó. Pero aún tendrá una risa porque al mirar hacia atrás verá que durante mucho tiempo ha sido el mejor y eso, ya no se lo quita nadie.
A las ocho salimos a aplaudir. Y yo pienso en cuantas partidas más nos quedan por delante. Nadie lo sabe. Sólo hay una cosa clara, que mañana volveremos. Y quedará una partida menos.