Diario de confinamiento. Día 40

Cumplimos cuarenta días confinados por esta pandemia. Un punto de inflexión en nuestras vidas que ya no volverán a ser como antes.
Cuarenta días con sus cuarenta noches. Y no sé si se me ha hecho largo o corto. Sólo sé que ésta es ahora nuestra vida. Y que la que teníamos hace casi seis semanas ya no va a volver. Para bien o para mal.
Desde que empezó nuestro confinamiento estamos en un continuo aprendizaje. Hemos aprendido a estar encerrados, a teletrabajar, a hacerlo tras una mampara, o a no hacerlo porque el trabajo ha desapareció. Hemos aprendido a ir a clase sin ir, a gestionar el tiempo libre, a inventar un ocio casero, a hacer deporte sin salir de casa, a cocinar todos los días, a hacer cola, a llevar mascarilla, a lavarnos las manos sin parar, a alejarnos unos de otros, a no poder ver a los que queremos, a guardar besos y abrazos, a aplaudir, a esperar, a desesperar, a sentirnos indefensos, vulnerables, a vivir con miedo, con incertidumbre, porque no, no sabemos qué va a pasar.
Nuestros esquemas han saltado por los aires. Ya no somos esos habitantes del primer mundo que nos sentíamos a salvo de pandemias como las que arrasan el continente africano. Ya no tenemos la seguridad de que el dinero todo lo puede. Este virus, por desgracia, nos ha bajado los humos de un plumazo y nos ha igualado a todos. Mala manera de hacerlo. La peor.
A las ocho salimos a aplaudir. Y lo hago pensando que esta pandemia es un punto de inflexión en nuestras vidas. En la mía, en la de mi familia, en la de mis vecinos. En la de todos. Ya nada será como antes. Tampoco será como iba a ser. Será distinto. Pero será. Mañana también. Y quedará un día menos.