Diario de confinamiento. Día 19

Desde que empezó el confinamiento la realidad de mi casa va ganando terreno a la de fuera
Las cifras son inabarcables. 950 muertos en las últimas 24 horas, más de 10.000 desde que empezó el brote, más de 110.000 contagiados y, además, 900.000 empleos destruidos en el primer mes de coronavirus en España. Y si lo trasladamos al resto del mundo, la verdad es que no cabe en la cabeza.
Intento poner cara a cada uno de esos números pero según pasan los días cuesta más. Desde que estamos confinados las realidades van cambiando. La de casa, que al principio era minúscula, ha ido ganando espacio y se lo ha ido quitando a la realidad de fuera que, hasta hace poco, estaba escrita con mayúsculas en mi vida. No pierdo la referencia de lo terrible de la situación que golpea a tantas y tantas familias pero, inevitablemente, el encierro acaba poniendo distancia.
Sin duda esto es así porque soy afortunada. Estoy confinada con mi familia, sin agobios de espacio, una nevera llena, WIFI y poco tiempo para pensar. Y lo más importante, con salud. En mi casa y en la de la gente que quiero. No puedo pedir más.
Este encierro, además, me hace apreciar cosas que antes pasaban inadvertidas. Cada paseo que doy con el perro es un regalo. El silencio de la calle, su calma (la prisa parece habérsela tragado la tierra) y el cielo. No me había fijado en lo limpio que está ahora que ha salido el sol. Habrá que disfrutar también de esto, mientras dure.
A las ocho salimos a aplaudir. Dice mi hija que en esta calle la gente no es animada, que en las de sus amigas ponen altavoces y la gente canta y baila. A mí me basta con nuestros aplausos. Son cálidos y, sobre todo, fieles. Desde hace casi tres semanas, cada día están ahí. Y mañana volverán. Y quedará un día menos.