Diario de confinamiento. Día 24

Hoy, de nuevo, las colas interminables, los carros llenos y las estanterías vacías han vuelto a ser la imagen protagonista en muchos supermercados
Huevos, calabacines, berenjenas, judías verdes, leche, carne, pan, sal, harina, vino blanco, queso y salmón. Esa era hoy mi lista de la compra. Bueno la de mis padres que llevan completamente confinados en casa quince días. No pensaba dedicarle mucho tiempo esta mañana (vivimos en el mismo pueblo). Compro en quince minutos, voy a la farmacia a recoger unas medicinas, les dejo la compra a mis padres (en la puerta, claro) y todavía me quedará una hora antes de conectarme (ahora se llama así empezar a trabajar). Esos eran mis planes. ¡Ilusa!
Entrando en la calle del supermercado al que había pensado ir ya se veía la cola de gente esperando para entrar. En la primera puerta unas veinte personas. He ido a la segunda. Ni he contado. La fila daba la vuelta a la manzana y se perdía. Esperando estaba una amiga. Desde el coche la he saludado y me ha dicho que llevaba 40 minutos esperando. ¿Pero qué nos pasa? Otra vez los carros hasta arriba, otra vez estanterías vacías, otra vez la locura.
He salido huyendo. He ido recorriendo los súper de mi pueblo y en el primero que he visto sin cola, he comprado. No consigo entender el mecanismo, si lo hay, de estas avalanchas de compras compulsivas. Quizá es sólo coincidencia. Me cuesta creerlo. ¡En fin!
A las ocho salimos a aplaudir. Con nuestras neveras llenas, semivacías o vacías. Con la despensa a rebosar o con lo que necesitamos de verdad para pasar estos días. Habiendo hecho colas interminables o no. Eso sólo lo sabemos nosotros. Pero ahí estamos todos. Como cada tarde desde hace más de tres semanas. Y ahí seguiremos mañana. Y quedará un día menos.