Diario del desconfinamiento. Día 8

Hasta doce personas he contado haciendo cola en una de las farmacias de mi pueblo a la espera de conseguir las mascarillas que distribuye la Comunidad de Madrid
Levantarse con el día nublado a estas alturas de la primavera no me anima mucho. Prefiero el sol. Me activa, me alegra, me da la vida que a veces cuesta poner en marcha cuando uno se despierta. Pero al menos la mañana se ha quedado en eso. En un nublado fresco. La lluvia nos ha respetado hasta después del mediodía. Y se lo agradezco porque así el perro no se ha mojado en su paseo matinal y yo he podido salir a caminar en el horario de adultos.
Hoy, como el tiempo no acompañaba (eso va en gustos, claro) no había tanta gente por la calle haciendo deporte o paseando. Pero sí se veía más movimiento en torno a los comercios. Se ven nuevas reaperturas. Fruterías que han estado cerradas, una carnicería y hoy también una peluquería y barbería estaba atendiendo clientes. Da gusto ir viendo como esta avenida de mi pueblo empieza a recuperar el ritmo. Claro que también han cerrado dos sucursales bancarias. Esperemos que las cristaleras pintadas y los carteles de cierre no empiecen a hacerse habituales en el paisaje de nuestras calles.
Pero lo que más me ha llamado la atención era una larga cola que se adivinada desde bien lejos. No he sabido concretar, hasta que me he acercado más, cuál era el objetivo de los pacientes clientes. Primero he pensado en la panadería pero al llegar he visto que toda esa cantidad de gente lo que codiciaba era ¡su mascarilla! Doce personas he contado esperando en riguroso orden y distancia social. Así que la longitud de la cola era proporcional a la paciencia de los que la formaban. Y no sé si igual a la de las farmacéuticas que despachaban hoy. Hay aún trece días para recogerlas. Y momentos de lluvia en los que hacer cola no será una opción. Ya iré a por las mías. He pensado. O no.