Una tarde en el hospital Isabel Zendal de Madrid: "No, no es un hangar para aparcar enfermos"


NIUS entra al hospital de pandemias Isabel Zendal
El hospital es un hervidero de actividad: los pacientes pasean por los pasillos y los sanitarios trabajan a la vista de todos
No hay habitaciones, los baños son compartidos, y trata ya a 500 pacientes a la vez
Todo es grande en el hospital Enfermera Isabel Zendal de Madrid, una de las medidas estrella del gobierno de Isabel Díaz Ayuso en la gestión de la pandemia. Son grandes sus alrededores, con avenidas de dos carriles más uno para el autobús. Es enorme, incluso, la rotonda que da acceso al hospital. Gigante la entrada, con hasta siete puertas. Pero lo que más impresiona es la vista desde arriba del gran hangar que es el hospital. Es donde está la administración y el despacho del director, Fernando Prados.
Así que sí, todo es grande, porque precisamente está concebido así. Su diseño, en forma de gigantesco loft, permite verlo todo desde arriba. Los enfermos, los trabajadores, los limpiadores, la seguridad. Cientos y cientos de pacientes (en el momento del reportaje había 500, pero aumentan cada día) uno tras otro, por módulos y en pabellones divididos por hombres y mujeres. Abruma ver a todos los enfermos todos seguidos, aunque a pie de cama la sensación de agobio disminuye, porque hay muchos estímulos, ruido, actividad las 24 horas del día.
Abajo, lo que primero llama la atención es el sonido: un zumbido constante que trabajadores y pacientes ya no parecen percibir. O, al menos, no dicen nada. Son los sistemas de ventilación y renovación de aire, una de las innovaciones del Zendal. En su momento se publicitó como una de las grandes innovaciones de este hospital temático: un sistema de purificación de aire y techos altos que desde el gobierno madrileño describen como ideales para evitar contagios, porque el aire tiene más espacio para subir, y los aerosoles cargados de virus no quedan suspendidos a la altura de las personas sino que ascienden. Así era IFEMA y eso se ha copiado en el Zendal. Eso y los pasillos para que los enfermos paseen.
Pacientes de paseo
Es una de las grandes ventajas que destacan los gestores y sobre todo los pacientes. Que tienen libertad para moverse, largos pasillos que rodean los módulos -de 12 camas cada uno, separados entre hombres y mujeres- que tienen incluso mesas con sillas junto a las cristaleras. Eso sí, las paredes no existen y se comparte espacio para todo, incluso en los baños, que son comunes, organizados por horas. Y aún así los pacientes que quieren hablar con el equipo de NIUS en su recorrido por el Zendal no se quejan.
A ver, no estamos en el Ritz, pero que está muy bien", opina José Antonio, de 67 años, ingresado desde hace cuatro días en el Zendal
José Antonio, que lleva cuatro días en el Zendal, copina: "En un hospital convencional estás en tu habitación, ahora casi siempre compartida, y no puedes salir de ahí. Aquí puedes pasear... Mira, he contado los pasos de este pasillo: son 130". Le preguntamos cómo se lleva estar con otros 11 enfermos al lado, si se tiene sensación de falta de intimidad: "La misma que en una habitación de un hospital convencional, que compartes con otro enfermo. A ver, no estamos en el Ritz, pero que está muy bien", insiste José Antonio, añadiendo que "no hay que tener miedo de venir aquí".
Porque, según Andrés, un hombre en torno a cuarenta años con neumonía bilateral, "cuando llegas aquí estás asustado. Mi compañero de cama -señala a su izquierda- se acaba de ir de alta y dice que ha sido mejor de lo que esperaba, que cuando ingresó venía pensando que esto era un hangar donde traían a los que no querían en ningún sitio, donde aparcar pacientes". Andrés, que ya puede hablar sin fatigarse porque está mejorando, se indigna cuando habla de las críticas al funcionamiento del Zendal.
Andrés esperó seis horas en urgencias por una radiografía en otro hospital de Madrid, así que lo que menos le preocupa es la falta de intimidad. Quiere sentirse atendido
Él lo describe como "un hospital de guerra adaptado a lo civil". Y muchos ingresados coinciden en eso. Vienen de hospitales donde han visto camas en los pasillos, profesionales que no dan abasto. Andrés, por ejemplo, tuvo que esperar seis horas en Urgencias por una radiografía en otro hospital. Así que dice que lo que menos le preocupa es la falta de intimidad, o que no haya quirófanos. Lo que quiere es un poco de certidumbre ante una enfermedad que da tanto miedo como la covid.
"Cada poco pasa un sanitario, te ven todo el rato, a mí me están dando de todo para mejorar, para evitar que vaya a la UCI y me tengan que intubar. Es el objetivo de todos los que trabajan aquí, conseguir que nos vayamos sin ponernos graves", destaca.
Trabajadores en constante movimiento
Y es cierto, cada pocos minutos se ve a un sanitario entre los enfermos. Cuando NIUS llega, están sirviendo la merienda. Y dos horas y media después, cuando abandonamos el hospital, sigue el trasiego. En 180 minutos hemos paseado por los pasillos, entre las camas, hablado con trabajadores, con pacientes que querían aparecer en este reportaje, otros que no... Pero hay cosas que llaman la atención, como ese zumbido constante, o el ajetreo. Entre los pacientes dando paseos, los sanitarios, los limpiadores, a los que vemos constantemente... el Zendal rebosa actividad. A veces es abrumador tanto movimiento, y en las zonas de los profesionales, como en los alrededores del control de enfermería, se aprecian, uno tras otro, carros de cajones, medidores de tensión portátiles, diverso aparataje, todo móvil. Es el tratamiento el que va al paciente, y no al revés.
Es, según Lourdes López-Mellado, enfermera que se ofreció voluntaria para trabajar en el Zendal, "la actividad normal de cualquier hospital". Pero en cualquier hospital no se ve tanto, porque se hace en habitaciones cerradas, salas con puerta, techo y sus cuatro paredes. Aquí todo está a la vista, también el trabajo de los empleados. Lourdes lo considera una ventaja: "A simple vista ves cuál paciente está peor, mejor, es más fácil que ir puerta por puerta, y detectas antes cualquier problema o situación que requiera tu intervención", dice.
A simple vista ves cuál paciente está peor, mejor, es más fácil que ir puerta por puerta, y detectas antes cualquier problema o situación que requiera tu intervención", dice Lourdes, enfermera
A su lado, una de las profesionales que llaman forzosas: trabajadores de otros hospitales que han sido trasladados al Zendal sin pedirlo. La joven interviene espontáneamente en la conversación que este equipo estaba manteniendo con Lourdes. Y cuenta que destaca el ambiente entre los compañeros: "Somos todos muy jóvenes. Lo hemos puesto en marcha juntos, hay muy buen rollo".
Porque el grueso del personal son los llamados contratos covid: sanitarios que han sido contratados para luchar contra la pandemia. Sindicatos de la sanidad pública madrileña critican que se traslada a estos trabajadores al Zendal pero no se les sustituye en sus hospitales de origen, mermando los equipos. La consejería de Sanidad ha explicado muchas veces su razonamiento: si son personas contratadas para tratar a pacientes covid, y los pacientes covid se están derivando al Zendal, ya no hacen falta en sus centros originarios. Pero lo cierto es que la carga de trabajo de los hospitales convencionales es, a pesar del hospital Enfermera Isabel Zendal, mucho mayor que antes de la pandemia, y los trabajadores trasladados siguen haciendo falta en otras partes.
Los números también son grandes
Desde que se abrió hace dos meses, en diciembre de 2020, el hospital Enfermera Isabel Zendal ha atendido a ha atendido a 1.603 personas. Ahora mismo hay 497 ingresados, 421 en hospitalización, 52 en cuidados intermedios y 25 en cuidados intensivos.
"Esto sube, sube y sube", dice Lourdes. De hecho, la zona de admisión es otro trasiego. En ella se mezclan la vida, la muerte y el miedo. La vida, reflejada en los ojos alegres de los que se van de alta. La muerte, en la tristeza de los que vienen a despedirse de un ser querido antes de que fallezca. Y el miedo en los gestos de los que llegan para ingresar, sin saber cuándo ni cómo saldrán del hospital.
A unos metros de la entrada, en una de las esquinas de uno de los pabellones, está una de las pocas salas cerradas del recinto: es donde esperan los familiares que tienen a alguien ingresado por el que no se puede hacer nada. El hospital deja que vengan a despedirse, o incluso a acompañar en la muerte, algo que no todos los hospitales permiten en Madrid.
En el Zendal han fallecido 20 pacientes, que en su mayoría han pasado por las camas de cuidados críticos. Hay en total 140: 44 camas de UCI y 96 de cuidados respiratorios intermedios. Es el triple que hace dos meses, cuando se inauguró el hospital.
El hospital tiene capacidad para 1.008 camas (de momento hay abiertas 650), ha costado más de 100 millones de euros -el triple de lo presupuestado, y sigue ampliándose- y se ha dotado de personal trasladando a trabajadores de otros hospitales sin sustituirlos. Es un centro en la picota desde antes de su nacimiento, cuestionado por emplear recursos que no se han invertido en otras áreas de la sanidad madrileña, por construirse de cero en lugar de utilizar áreas cerradas de hospitales ya existentes, por no tener un personal propio sino restado a otros hospitales.
El Zendal es, como lo fue IFEMA, bandera del gobierno de Isabel Díaz Ayuso: peculiar, distinto, polémico, ruidoso por dentro -incluso de noche se oyen los respiradores y el trasiego de los trabajadores- y por fuera, con cientos de noticias generadas en torno a él. Pero es, al fin y al cabo, un hospital que enseña sus tripas. Y, al menos a simple vista, funcionan: el estómago del Zendal es como un gigantesco hormiguero con hormigas en constante movimiento. Solo que éstas salvan vidas.