La pandemia también agrava los casos de anorexia: “Estuve cinco meses y medio sin ver a mi hija”


Conocemos a través de su padre la historia de Sara: una niña asturiana de 13 años que lleva más de dos padeciendo anorexia
La supresión de terapias y el aislamiento por el coronavirus ha empeorado el estado de pacientes que sufren trastornos alimentarios
El Hospital Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid ha registrado un 20% más de ingresos por TCA en el año 2020
Sara es su nombre ficticio, pero la historia que hay detrás de ese seudónimo es muy real. Tiene 13 años y desde los 11 padece anorexia, una enfermedad que la mantiene alejada de su mundo, incluidos sus amigos y su familia. Porque actualmente está ingresada en la unidad de salud mental infantil y juvenil del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Ella, al igual que otros pacientes con trastornos alimentarios, ha visto entorpecida su recuperación a causa de la pandemia.
Su historia nos la cuenta Antonio, su padre, quien pasa sus días esperando a que llegue la hora para poder visitarla en el hospital. En su mente, siempre, un mes: el de marzo de 2019. Porque fue ahí cuando el comportamiento de su hija cambió de forma brusca. “En cuestión de cuatro semanas, pasó de ser una niña aparentemente normal, sin complejos y sin problemas con la comida, a dejar de comer”, cuenta a NIUS este padre, quien prefiere resguardar su identidad para proteger a su hija.
Al tiempo que cambiaba sus rutinas con la comida, también lo hacía su comportamiento. “Era una niña dulce, familiar, inteligente y responsable. Le encantaba ir al colegio, jugar con sus padres y su hermana en casa, hacer gimnasia rítmica y comer… disfrutaba comiendo”, cuenta su padre. “Pero, de repente, su carácter cambió. Se aisló, empezó a mostrarse muy irascible, a hablar mal, dar portazos… Nos descolocó ver un cambio tan rápido en una niña tan pequeña”, describe. Un cambio que se produjo, asegura, sin un motivo aparente.
Su negativa hacia la comida provocó que Sara tuviese que ser ingresada en la unidad de trastornos de alimentación del HUCA. Ese primer ingreso fue en abril de 2019, un mes y medio después de que sus padres empezasen a detectar comportamientos extraños en ella. “Cumplió todas las pautas que los médicos le marcaron y en un mes recibió el alta. Lo que ocurrió fue que al llegar a casa, dejó de comer de nuevo”, comenta Antonio. Y así hasta en cinco ocasiones. “Cada vez que volvía regresaba también su idea de perder peso y de alcanzar la figura que ella entendía que era la que tenía que tener. Nos decía que quería tener un vientre plano”, cuenta Antonio.
Probaron nuevas terapias. Trataron de enfrentarla a varias comidas que no solía comer. Obligarla a comer ciertas cosas. Pero eso no hizo otra cosa que agravar su comportamiento. “Empezó a caminar de forma compulsiva. Se podía pasar todo el día caminando sin parar”, cuenta. Logró acabar sexto de Primaria y, cuando empezó el instituto, sus padres intentaron que retomara sus rutinas yendo a clase. “Aguantó dos días. Estar cinco horas sentada en un aula, sin poder moverse, era algo que le generaba una ansiedad muy grande”, relata este padre.
Ingreso continuado coincidiendo con la pandemia
Sara ha estado prácticamente todo el 2020 ingresada. Los médicos tratan de que recupere peso, al tiempo que trabajan con ella a nivel mental. “Con 11 años pesaba 38 kilos. Ahora, con 13, se está moviendo entre los 30 y los 34 kilos de peso”, cuenta Antonio. Pese a que notan avances, Antonio relata lo duro que ha sido este último año. “Estuve cinco meses y medio sin ver a mi hija por culpa del coronavirus”, cuenta.
La pandemia hizo que el hospital tuviera que restringir las visitas en varias ocasiones. También, limitar los horarios. Solo una persona y una hora al día. Durante casi seis meses, Sara solo tuvo contacto físico con su madre. “La pandemia provocó que los pacientes tuviesen menos distracciones, menos actividades y talleres y más posibilidades de que continúen con la dinámica mental que suelen tener, centrándose mucho en el control de las comidas y en el ejercicio que realizan. Todo eso agrava la situación en los casos en los que se esté desarrollando la enfermedad. Y en los que hay ya un trabajo de recuperación, pues la ralentiza porque se pierden muchos recursos y muchos momentos de distracción para los enfermos”, explica este padre.

Él está convencido de que esta cuestión ha sido un escollo más en el proceso de recuperación de su hija. “A ella le ha generado mucho nerviosismo la incertidumbre de no saber durante cuántos días no iba a poder ver a sus padres”, afirma.
Un 20% más de ingresos por anorexia en 2020
Durante los peores momentos de la pandemia se cerraron hospitales de día a los que muchos enfermos acudían para tratarse. Además, las consultas con los psicólogos pasaron a realizarse de manera telemática. Todo eso, unido al aislamiento, ha provocado que muchos casos diagnosticados se hayan agravado. "Un rasgo muy frecuente en personas con trastorno alimentario es la dificultad para adaptarse a nuevas rutinas, por lo que el confinamiento supuso un reto para ellas. En algunos casos lograron superarlo, pero en otros generó una recaída o agravamiento del trastorno", explican desde la Asociación de Bulimia y Anorexia de A Coruña (ABAC).
En el hospital infantil Niño Jesús de Madrid, todo un referente en el tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), registraron durante el 2020 un 20% más de ingresos por anorexia. “Estamos detectando casos que llegan más graves y, probablemente, con índices de masa corporal más bajos. Creemos que la pandemia ha provocado que las personas más vulnerables empiecen a sufrir algún episodio y que se agraven los casos que ya estaban diagnosticados”, cuenta a NIUS Montserrat Graell, jefa del Servicio de Psiquiatría y Psicología de este hospital madrileño.
Las restricciones sociales, el cierre de las escuelas, la supresión de las actividades extraescolares y de actividades de ocio y de deporte son algunos de los factores que, según esta especialista, han influido en el incremento de los casos. Otro de ellos es el aumento de tiempo frente a las pantallas. “Creemos que el uso inadecuado de las redes sociales es otra cuestión que ha influido muy negativamente. Se ha incrementado mucho el número de horas de uso y con contenidos muy focalizados en la alimentación y en la imagen corporal y eso, en personas vulnerables, puede provocar que haya una hipervigilancia al cuerpo”, explica esta experta.
"El hecho de tener comida acumulada en casa ha fomentado el agravamiento de síntomas de corte bulímico. Se interrumpieron los contactos sociales y se perdieron válvulas de escape, lo que ha provocado que los pacientes invirtiesen más tiempo en conductas patológicas", sostienen desde la asociación que trata con este tipo de pacientes en A Coruña.
¿Cómo se puede ‘reaprender’ a comer?
Los especialistas en trastornos de la conducta alimentaria realizan una doble labor con los pacientes: por una parte, nutricional y, por otra, conductual. El fin es siempre evitar que la alimentación se tenga que realizar mediante sonda nasogástrica. Montserrat Graell explica que es muy importante actuar adecuadamente en los primeros episodios para evitar que la enfermedad se cronifique.
Pero, ¿cómo se puede enseñar a alguien a comer de nuevo? “Lo planteamos como un reaprendizaje que tiene dos partes. Por un lado, se establecen unas pautas nutricionales. Tienen que consumir e ingerir una cantidad y un tipo de alimento adecuado y en un horario y en un tiempo establecido. Pero para que esto pueda funcionar adecuadamente, siempre es necesario añadir al proceso de ‘reaprendizaje’ un programa conductual. Nosotros hemos aprendido que estos pacientes no van a comer sólo por la indicación directa que tú les des. Tienen que tener algún tipo de motivación”, explica.
Para que el proceso sea satisfactorio es necesario que haya estímulos. Algo similar a un premio. “El paciente necesita una serie de refuerzos que se le van a administrar cada vez que consiga, con gran esfuerzo, comer adecuadamente. Refuerzos de la vida diaria, como por ejemplo, tiempo de lectura o de televisión. Son siempre premios positivos: si tú consigues hacer esa pauta que yo te indico, vas a obtener una serie de beneficios”, explica Graell.
Es lo que están haciendo los especialistas que tratan a Sara. Al tiempo que intentan que recupere peso y aprenda de nuevo a comer estableciéndole unas pautas nutricionales, trabajan con ella a nivel mental. “Esta es una enfermedad que provoca una especie de ‘secuestro’ mental en el que la lógica deja de funcionar. En el caso de mi hija vemos que el trabajo psicológico empieza a dar sus frutos. Afortunadamente, ella está empezando a reconocer que tiene una enfermedad”, concluye su padre.