Clara, médico en un centro de atención primaria de Madrid: “Me pido una excedencia. No puedo más”

“Durante meses he tenido pesadillas con el trabajo, he pensado en la consulta con angustia en los días libres, he tenido ansiedad anticipatoria en el tren de camino. En seguida se me acaban la calma y la energía para sostener el sufrimiento de otras personas”, explica esta sanitaria
Clara Benedicto, una médico de familia en un centro de Atención Primaria en Parla (Madrid), ha relatado en un hilo de Twitter cómo han sido sus últimos meses de trabajo y de lucha contra la Covid. La sanitaria admite que se ha tenido que pedir una excedencia. “No puedo más”, reconoce, y pasa a hacer un relato casi cronológico de este año.
“La primera semana de marzo veía una media de 40-50 pacientes, y tenía unas dos semanas de demora de cita (y un estrés y una frustración considerables). Propusimos muchas cosas para mejorar, la mayoría se nos negaron”, dice. “Y aún así, hacía cirugía menor, psicoterapia, domicilios, ecografía, y comunitaria. Ah, y docencia de residentes, gratis total y en mi tiempo libre. Queríamos cuidar de nuestra población y ser mejores profesionales”, cuenta.
Rememora los días aciagos del inicio de marzo. “Recuerdo el 11 de marzo como una tarde particularmente espantosa: retraso, sala de espera a rebosar, rumores de transmisión del SARS CoV2, ninguna información oficial y bastante gente con cuadros respiratorios, mucho agobio y mucha incertidumbre”, explica Clara.
Y luego los meses del estado de alarma. “Lo pasamos mal pero hicimos todos los esfuerzos que teníamos que hacer. Nos organizábamos como mejor podíamos, aprendíamos cosas nuevas a marchas forzadas, nos cuidábamos en equipo”, relata. “A pesar de que había mucho trabajo relacionado con la COVID tenía una lista de pacientes, vulnerables, e intentaba llamar para ver cómo estaban. La gente tenía miedo pero también entendía que tenía que ser responsable y posponer de momento lo posponible”, dice.
La esperanza de que las cosas podían mejorar
“Hubo mucha gente que estuvo muy enferma, algunxs (sic) fallecieron en casa o en el hospital. No siempre de COVID y no siempre bien atendidos por un sistema que estaba saturado y centrado en una sola cosa. Tengo grabados caras y nombres”, recuerda Clara.
“Y aun así, recuerdo tener esperanza en que se podían mejorar las cosas, que veríamos por fin que se necesitaba una AP (Atención Primaria) fuerte y multidisciplinar. Demandas históricas de disminución de burocracia que antes "no se podían" se implantaron en cuestión de días”, explica.
Bueno, pues hoy ha sido mi último día de trabajo en Atención Primaria. He pedido una excedencia porque, literalmente, NO PUEDO MÁS. #YoRenuncio 1/x
— Clara Benedicto (@ClaraBenedicto) October 9, 2020
Pero esa esperanza fue defraudada con el fin de estado de alarma. “Todo se fue lentamente torciendo. Toda la gente que había estado esperando, con citas, pruebas o cirugías canceladas, volvía a llamar a nuestra puerta, que es la más accesible. Los miedos, los duelos, los dolores pospuestos”, dice. “Había menos COVID, pero seguía siendo el centro. Se revirtieron medidas antiburocracia, aumentó la sobrecarga de las bajas y las personas especialmente sensibles, intentamos resolver la mayoría de las consultas por teléfono, y citar a pocos pacientes presenciales”, explica.
El cuello de botella del fin del estado de alarma
“Cada vez más llamadas, más burocracia, más nuevos protocolos, más personas enfadadas y confundidas porque se sentían abandonadas, con razón. Durante el verano estábamos entre el 35 y el 50% de la plantilla. Llegar antes, salir tarde, con el corazón latiendo en el cuello”, añade Clara.
Los pacientes reclamaban más atención. “Al principio llegando 1-1'30h antes se podía terminar la lista de pacientes, dedicar un poco de tiempo y de cariño a cada llamada o visita. Después, cada vez más citas forzadas, más motivos de consulta por llamada "aprovecho para contarte... porque no me cogéis el teléfono".
Una tarde tórrida a principios de agosto, varias horas con el EPI puesto, una paciente se negó a hacerse una PCR apartando la torunda de su nariz... y tirándola al suelo sin querer. Le grité, le eché una buena bronca y le dije que no tenía tiempo para estar con tonterías. No estoy orgullosa y le pedí perdón después, pero ver al paciente como "el otro" es cruzar una línea”
La demanda les sobrepasó. “Un día dejé a dos personas sin llamar porque cerraba el centro. Mañana les llamo, pensé, pero al día siguiente fueron cinco. Y así a diario. Con la incertidumbre de no saber, de que efectivamente las líneas y las administrativas estaban saturadas, de que había un cuello de botella para conseguir citas y la certeza de que quien más lo necesita tiene más difícil acceder, pero al mismo tiempo la incapacidad de sobreponernos a la demanda, de hacer cualquier cosa que no fuera resolver lo que entra”.
Y se produjeron situaciones insostenibles. “El desgaste ha sido progresivo pero recuerdo el momento en que me di cuenta de que algo se había roto: una tarde tórrida a principios de agosto, varias horas con el EPI puesto, una paciente se negó a hacerse una PCR apartando la torunda de su nariz... y tirándola al suelo sin querer. Le grité, le eché una buena bronca y le dije que no tenía tiempo para estar con tonterías. No estoy orgullosa y le pedí perdón después, pero ver al paciente como "el otro" es cruzar una línea”, relata Clara.
El punto de no retorno
Clara llegó a un punto de no retorno. “Durante meses he tenido pesadillas con el trabajo, he pensado en la consulta con angustia en los días libres, he tenido ansiedad anticipatoria en el tren de camino. En seguida se me acaban la calma y la energía para sostener el sufrimiento de otras personas”, explica.
“A veces abro la agenda y veo 45 nombres (que a lo largo de la tarde siempre son muchos más) y me cuesta ver personas. Todos los días queda gente sin llamar, porque no llegamos”, dice.
Clara dice que habla con la certeza de saber que no se trata de un problema individual, o “de aprender técnicas de relajación”, porque no es un caso aislado. “Muchas de mis compañeras se sienten así. Algunas han llorado, otras descargado su rabia, otras se medican para aguantar”, dice.
Para Clara, algo funciona mal dentro del sistema. “No nos quemamos, es el sistema el que nos ha ido consumiendo. Son decisiones conscientes y calculadas de desmantelamiento de la Atención Primaria que se llevan tomando años pero que ahora, con esta carga sobre nuestras espaldas, se han vuelto insoslayables”, dice.
Las lecciones de primavera, desaprovechadas
A su juicio, no se han aprendido las lecciones de la lucha contra el Covid durante a la primavera. “Esa esperanza que tenía en abril se ha esfumado. Sólo nos quedan desplante tras desplante, mentiras, faltas de respeto institucionales, desilusiones con gerencias y sindicatos. No podemos cuidar de nuestrxs (sic) pacientes, ni podemos cuidarnos”, dice.
Clara se despide: “Lo siento por mis compañerxs (sic) del centro de salud, que son un equipazo, y sobre todo por mi cupo de pacientes, a los que hace meses que no puedo atender como merecen. Pero creo que el superheroísmo de aguantar a cualquier precio no nos ayuda a ellos ni a mí. También lo siento por Parla, que como todas las poblaciones desfavorecidas necesita más los recursos y los recibe menos. La Comunidad más desigual y que menos presupuesto dedica a la AP les ha abandonado una vez más”.
Defiende su decisión de pedir una excedencia. “Todas las opciones son respetables, la gente que aguanta currando en estas condiciones, la gente que querría dejarlo y no se lo puede permitir, la gente que lo ha dejado o lo dejará en silencio. Somos muchísimas y cada una lo lucha en su sitio y a su manera. Incluso en estas condiciones poder dar un paso atrás un tiempo es un privilegio: no hay excedencia sino la nada para profesionales con contratos precarios, no hay plan B para muchas compañeras que tienen familia a su cargo, no hay flexibilización posible”.
Y termina volviendo la mirada a sus pacientes. “Tampoco hay alternativas para muchxs (sic) de mis pacientes que viven situaciones similares o peores de estrés y explotación con mucho menos sueldo o prestigio social que el de la medicina de familia. Pero las raíces del maltrato son las mismas”.