Raúl, un padre de familia de Granada de 41 años, se considera un afortunado por haber superado el coronavirus y, sobre todo, por haberlo hecho junto a su hijo Raúl, de ocho. Ambos acaban de recibir el alta en el Hospital Materno Infantil, del que salen felices aunque aún convalecientes. Les quedan por delante aún, mínimo, otros diez días de aislamiento domiciliario, pero sabrán a poco en comparación con el tedio vivido en la habitación de ese hospital. Han sido ocho eternos días para este padre y su hijo. Ocho días de tedio en los que han descubierto la humanidad del personal sanitario pero también los resquicios de una sanidad pública, la andaluza, que sigue presentando deficiencias. El pasado domingo 18 de octubre, el pequeño Raúl comienza a desarrollar fiebre. A las 12 del mediodía, lo que comenzaron siendo unas décimas eran ya 38 grados centígrados, por lo que su padre Raúl y su madre Estíbaliz decidieron llevarlo a urgencias en Granada. Allí, al presentar un cuadro compatible con el coronavirus, le practican al pequeño una prueba PCR y deciden enviarlo de vuelta a casa con un tratamiento que no funcionó. Al día siguiente, vuelta a urgencias con un positivo por Covid-19 bajo el brazo y con un ingreso hospitalario cantado. Padre e hijo, aislados en una misma habitación del Hospital Materno Infantil de Granada, donde pasarían los siguientes ocho días. Al padre no le harían una prueba PCR hasta días después, pero ahí iba, con su hijo de la mano, dirección a la séptima planta del hospital sin saber si estaba aún libre o no de coronavirus. A partir de entonces, el reloj comenzó a contar. Raúl padre, y Raúl hijo, estaban ahora aislados y no podían recibir visitas ni entrar en contacto con nadie que no fueran los sanitarios de su planta. “No sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar ingresados, así que lo primero fue pedir ropa y algunas cosas para entretenernos”, cuenta Raúl a NIUS, recuperándose ya en casa. Para ello, tuvieron que recurrir a su padre, que pasó por su casa a recoger los enseres que necesitaban, eso sí, sin tener contacto con la otra parte de la familia: su mujer y su hija Daniela también se han contagiado. Pleno al cuatro, aunque ellas son asintomáticas. Toda una cadena protocolizada para que los enfermos de coronavirus puedan disponer de sus objetos sin que haya contacto directo con ellos. Una videoconsola para el pequeño Raúl, y algún libro para su padre, además de algo de ropa y ropa interior para ir pasando los días. Sin embargo, muy pronto descubrieron las ‘sombras’ de hacer vida aislados entre cuatro paredes de la habitación de un hospital. La videoconsola y la compañía de su padre han sido fundamentales para que el pequeño Raúl, de ocho años y aquejado de Covid-19, no haya caído en la desesperación de su aislamiento. Pero también lo ha sido poder entretenerse viendo sus series de dibujos animados favoritas en una televisión que, desde hace dos años, debería haber sido gratuita en todos los hospitales públicos del Sistema Andaluz de Salud. En 2018, el gobierno socialista andaluz de Susana Díaz anunció la gratuidad del sistema, pero la promesa quedó en papel mojado cuando el bipartito entre el Partido Popular y Ciudadanos, liderad por Juanma Moreno, llegó al poder en Andalucía. “Nos ha costado 3,60 euros cada día de televisión”, cuenta indignado Raúl, quien se muestra, no obstante, agradecido a los enfermeros y enfermeras que le han facilitado el pago en una terminal a la que este granadino no podía llegar por estar en continuo aislamiento: “Hemos dependido de que las enfermeras nos quisieran hacer el favor de hacer la gestión por nosotros con la carga de trabajo que ya tienen encima”. Y entre tanto, Raúl ha tenido que hacer las veces de enfermero con su hijo: “Me han enseñado a tomarle el pulso y me han dicho que le tomara cada hora la temperatura”. Él ha sido quien monitorice a su hijo, para evitar así un contacto excesivo con los sanitarios. La otra denuncia que hace este padre es que su hijo no ha podido seguir las tareas escolares de forma telemática. Y no es porque el pequeño Raúl no se encontrara en disposición de hacerlo, sino porque la conexión wifi del hospital “era pésima”. Raúl aún se sorprende de cómo, en plena época telemática, los hospitales públicos, o al menos el Materno Infantil de Granada en concreto, no ofrezca una señal de Internet lo suficientemente potente para que abarque a todas las plantas del complejo. “Mi hijo ha perdido ocho días de colegio y no ha podido seguir las clases”, reconoce este padre, “e incluso me ha tenido que llamar la maestra para procurar que no se retrase más con respecto a sus compañeros”, confiesa. Con una conexión muy pobre, Raúl y su hijo solo han podido comunicarse con el exterior a través de llamadas telefónicas. El testimonio de Raúl es el de otros tantos pacientes a los que la precariedad de la sanidad pública les ha hecho más difícil aún la enfermedad. Detalles del día a día en los hospitales que, en pleno segundo tsunami de la pandemia, pasan inadvertidos. Aún con todo, esta familia de Granada ya descansa unida en casa. Raúl y Estíbaliz, y los pequeños Raúl y Daniela, saben ya lo que es lidiar con el coronavirus. Todos ellos a excepción del pequeño lo han hecho prácticamente asintomáticos, y se felicitan por haber corrido la suerte de no haber presentado síntomas más graves. Ahora, la convivencia no será fácil. “Nuestra doctora nos ha dicho que, desde que el ultimo de nosotros deje de presentar síntomas, dejemos correr diez días para empezar a hacer vida normal”, asegura Raúl. No les harán más pruebas PCR, al menos de momento, así que deberán correr el riesgo de salir a la calle, volver a trabajar y, en definitiva, retomar su vida a ciegas, y sin saber si siguen estando contagiados o son infecciosos. Así lo dicta un protocolo cuestionable donde la responsabilidad individual es lo que marca el riesgo. Una odisea de ocho días entre cuatro paredes que, de no ser “porque somos mentalmente muy fuertes”, habría acabado con la paciencia de ambos. Que su vivencia y la de otros miles de pacientes sirva para mejorar estos detalles en la sanidad pública sería consuelo suficiente para una familia que ya respira aliviada.