Una escena del crimen falsa para encubrir la muerte de Déborah Fernández

Los forenses encontraron ADN de otra mujer y de dos hombres distintos en el preservativo y en el cuerpo de la joven
Consideran que no hubo relación sexual y que la escena del crimen fue manipulada por alguien de "su entorno cercano" para confundir a los investigadores e incriminar a terceras personas
Los expertos confirmaron que la joven viguesa murió con la ropa puesta y se mantuvo en su cuerpo al menos 12 horas después
Fue el 10 de mayo de 2002 cuando el puesto de la Guardia Civil de Tui recibió la llamada que lo puso todo en marcha. Que marcaba el punto de salida de uno de los crímenes sin resolver más inquietantes que siguen abiertos en España. Aquella noche y al otro lado del teléfono, un hombre alertaba de que su mujer había encontrado cuando regresaba a casa de su paseo diario el cuerpo sin vida de una joven. La chica estaba en un lugar conocido como el Alto del Curto, en la cuneta derecha de un tramo recto de carretera secundaria y sin edificaciones próximas, con mucha maleza en los laterales. El punto estaba a cincuenta kilómetros de la casa de Déborah Fernández, la joven viguesa que la Policía Nacional buscaba desde que su familia denunció que faltaba de casa, hacía entonces once días.
Según la documentación del caso, fue a las 21.15 cuando la policía judicial comenzó la inspección ocular de la escena del crimen. Una escena que todavía hoy, 20 años después, sigue arrojando dudas a los investigadores. Este viernes, el juzgado encargado del caso tomará declaración como investigado a Pablo P.S, exnovio de la joven y por ahora, único sospechoso. Sobre la mesa estará el dato de que la chica viguesa tenía ADN masculino debajo de las uñas; un indicio conocido tras la exhumación del cuerpo el 18 de mayo del año pasado.
Durante años, la familia ha denunciado que la investigación del caso está plagada de errores. El primero se produjo ese mismo día, cuando a las 21.15 de la noche, los agentes refieren que el cuerpo de Déborah fue encontrado en el punto kilométrico 169.800 de la carretera N-550, cuando en el resto del sumario aparece reflejado casi un kilómetro después, en el 170,720.
Aquella noche, los agentes trabajaron dos horas y decidieron abandonar la zona por falta de luz. Dejaron a una patrulla para custodiar el paraje y a las 23.30 se marcharon. El cuerpo sin identificar estaba semioculto por unas ramas que le tapaban la cabeza, la parte superior del cuerpo y las extremidades inferiores. No llevaba reloj, anillos ni nada que pudiera identificarla y a escasos metros del cuerpo había un preservativo, un pañuelo de papel y el envoltorio de un profiláctico.
Además, los agentes se llevaron un trozo de cuerda verduzca de 140 centímetros que estaba bajo el cuerpo (reseñada como prueba M-26) y dos muestras capilares: un cabello que luego resultó ser de Déborah un pelo dubitado que la víctima tenía en el dedo pulgar de la mano izquierda (o derecha según el informe forense que se consulte) y que fue reseñado como la muestra M-15. Los forenses recogieron las flores amarillas que tapaban el cuerpo “producto de las retamas” y tomaron huellas necro-dactilares para identificarla. Ya en la sala de autopsias, localizaron otra muestra de pelo en su pie izquierdo.
Una manta que terminó en su pelo
A la mañana siguiente, los agentes de la Guardia Civil volvieron al lugar del crimen. No encontraron marcas de rodaduras ni de arrastramiento del cuerpo en la vegetación y desde entonces, trabajaron con la tesis de que el asesino había elegido esa larga recta ya que de noche, era capaz de ver a cientos de metros si alguien se acercaba por la luz de los faros. El criminal dejó allí el cuerpo de Déborah y se marchó sin dejar rastro. Pero llegaron las primeras dudas.
Los especialistas -dos forenses y un patólogo- analizaron las larvas encontradas sobre el cuerpo para determinar que tenían 48 horas de vida. Sin embargo, otros fenómenos cadavéricos indicaban que la chica falleció “No antes de una semana”. “No se puede descartar que [su fallecimiento] se hubiera producido inmediatamente después de la desaparición”, apuntaron entonces los forenses. Nació así la tesis que todavía hoy mantienen los investigadores: que Débora fue asesinada en otro lugar y su cuerpo quedó a cubierto durante días, hasta que su asesino la trasladó a aquella cuneta. Pero ¿Por qué lo hizo?
Los dos cabellos encontrados en la escena tampoco arrojaron pruebas: uno era de la propia Débora y el otro, según los informes forenses, se consideró “no apto para cotejo morfológico”. Es decir, que no había forma de saber a quién pertenecía ya que estaba deteriorado. Lo que sí localizaron los expertos es otro elemento que todavía hoy no tiene respuesta: fibras de algodón de color gris u azul desteñido que estaban enredado en el pelo de la chica.
Desde entonces, los investigadores trabajan con la tesis de que alguien envolvió al menos la cabeza de Débora con una manta. Incluso cotejaron las fibras con varias mantas de Iberia que había en casa de la joven ya que el exnovio se las había regalado tras sus viajes a Argentina. Sin embargo, al ser tan comunes esas fibras en la elaboración de tejidos, el resultado tampoco fue concluyente.

ADN de otra mujer que no era Déborah
Según los forenses, el cuerpo de Débora presentaba pequeñas lesiones en el lado derecho, además de una rozadura en una rodilla. Sin embargo, apuntan a que su la joven no tenía “datos objetivables de violencia”, aunque puntualizan que el estado del cuerpo pudo esconder alguna herida. Los forenses dictaminaron entonces otro dato clave: pese a que había un preservativo y material genético masculino en la escena del crimen, la joven falleció con la ropa que llevaba la tarde que desapareció. Y en ese momento la llevaba puesta, lo que era incompatible con una relación sexual. ¿Cómo lo supieron?
Según las declaraciones, Déborah salió a correr la tarde de su desaparición con una malla de deportes de color azúl y una sudadera verde. Esa malla tenía una costura especial, que al fallecer dejó una marca reconocible en la cadera de la joven, además de otra provocada por su sujetador. Esas marcas no se hubieran producido si Déborah hubiera fallecido sin ropa. De hecho se produjeron cuando el cuerpo estuvo con ellas al menos 12 horas tras el fallecimiento. El argumento afianzaba todavía más la tesis de que la escena del crimen estaba preparada para confundir a los investigadores y que la chica no mantuvo ninguna relación sexual previa, fuera consentida o no.
La sospecha cobró más peso cuando el ADN encontrado en el preservativo no casaba tampoco con el encontrado en el cuerpo de la chica, al pertenecer a dos hombres distintos. Además, había otra muestra más en el preservativo. Un rastro que según el ADN pertenecía a otra mujer que tampoco era Déborah. Por eso agentes de la Policía Nacional piensan que quien trasladó el cuerpo de la joven a aquella cuneta visitó antes algún lugar donde acuden parejas a tener relaciones y tomó de allí el preservativo que dejó luego junto al cuerpo para dirigir la investigación sobre otras personas.
Mientras, los investigadores descartaron que el hallazgo de un mando a distancia a 200 metros del cuerpo de la joven tuviera relación alguna con el crimen. Era de una persona que había sufrido un robo en su coche. El seis de junio de 2002, los agentes de la Policía Nacional le piden por primera vez al exnovio de la joven que les de una muestra voluntaria de saliva. El ahora investigado accedió y los especialistas descartaron que su ADN fuera coincidente con cualquiera de las muestras encontradas en la escena del crimen.

La cuerda de un cuchillo de caza
Los forenses informaban entonces de que los restos encontrados “bajo las uñas” de Déborah iban a ser custodiados “durante diez años” y confirmaron que el posible ADN que tenía la cuerda bajo el cuerpo “No era suficiente como para cotejarlo de forma individualizada”. Después, los agentes de la Policía Nacional concluyeron que la cuerda era posiblemente el cordón para atar a la pierna de un machete de la marca Aitor modelo Jungle King. Los especialistas analizaron también el contenido del estómago en busca de tóxicos y no encontraron nada que les ayudase a concretar la causa de la muerte. De una forma indiciaria, los expertos hablan de que la joven pudo fallecer por sofocación, es decir asfixiada, aunque no lo pudieron confirmar con datos por el estado del cuerpo.
Con estos datos sobre la mesa, los agentes de la Policía Nacional llegaron a la conclusión de que el autor de la muerte de Déborah era alguien “muy vinculado a la joven” y que durante los primeros días no “no se pudo deshacer de su cuerpo” debido a la presión que había en su círculo para encontrarla. Arrancó entonces la llamada operación Arcano, donde los investigadores revisaron el caso de nuevo y centraron de forma oficial las pesquisas en la expareja de Déborah.
El pasado año, el Juzgado de Instrucción Número 2 de TUI aceptó la petición de la familia para que el cuerpo de Déborah fuera exhumado y los especialistas buscasen de nuevo pruebas en su cuerpo. El pasado miércoles, tras un año de espera, la familia anunció que el Instituto Toxicológico Nacional había encontrado rastros de ADN masculino bajo las uñas de la joven. Un rastro que los forenses no localizaron hace 20 años y que ahora la familia ha pedido permiso para identificar.